Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

jueves, 20 de noviembre de 2014

Leyendas de la calle Sierpes (actualización).

Londres tiene su Trafalgar Square, París los Campos Elíseos, Roma la Vía Veneto, y Sevilla, la calle Sierpes.

Son lugares cuyo nombre basta para indicar a nuestro interlocutor de qué ciudad hablamos. Calles y plazas tan emblemáticos que se encuentran indisolublemente unidos a las ciudades a las que pertenecen.
Entrada a la calle Sierpes desde La Campana.
¿Y por qué se produce tan estrecha relación? En el caso de Sevilla ha sido posible gracias a la contribución de los múltiples autores que desde el siglo XVI en adelante se han referido a ella en sus obras. La ciudad más importante de la España de la época tenía numerosos corrales de comedias en los que se representaban prácticamente todas las obras escritas por los mejores autores: Lope de Rueda, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina.
El otro extremo de la calle, que desemboca en la Plaza de San Francisco.
Al fondo, el edificio del Banco de España.

Sobre todos ellos, el mismísimo Miguel de Cervantes sitúa la acción de muchos de sus escritos (sobre todo de las Novelas Ejemplares) en las calles de nuestra ciudad, que tan bien conocía, pues incluso había estado preso en su antigua cárcel. No hay más que darse una vuelta por las calles del centro para ver numerosos azulejos que recuerdan que en tal o cual novela de don Miguel se nombra ese lugar concretamente; es lo que los sevillanos llamamos con guasa El Vía Crucis Cervantino.


Una de las estaciones del Vía Crucis Cervantino.

Durante el Siglo de Oro era calle en la que abundaban personajes de toda calaña (tahúres, fulleros, robabolsas, estafadores) que ansiosos esperaban a los enriquecidos  incautos que volvían de Indias con ganas de jarana o a los no menos inocentes que acudían a Sevilla desde toda Europa para comprar las mercancías procedentes del Nuevo Mundo. Ya se sabe que el dinero ganado con facilidad llama a toda clase de vicios. (Cervantes cita en su comedia El rufián dichoso a un francés jorobado, Pierre Papin, que poseía en dicha calle una tienda de naipes).
Hasta no hace mucho tiempo, por la calle Sierpes discurría un brazo del Guadalquivir que provenía desde el Arenal por la calle García de Vinuesa (antigua calle del Mar) y, a través de la calle Trajano, llegaba hasta la Alameda de Hércules. En este lugar, el más bajo de los alrededores, terminaba dicho brazo formando una laguna a la que se arrojaban basuras, desperdicios diversos e incluso animales muertos. 
En las márgenes de este pequeño curso de agua, más concretamente en el tramo comprendido entre la calle Rioja (antigua de los Perros) y La Campana, se levantaron tres conventos en los siglos XVI y XVII: de la Consolación (religiosas Mínimas, situado en lo que durante muchos años fue el cine Llorens), de San Acacio (Agustinos Calzados, en la esquina de la calle Caravaca) y de Santa María de Pasión (religiosas Dominicas, esquina de calle Azofaifo). Desgraciadamente, todos ellos desaparecieron durante el siglo XIX que tan dañino fue con el patrimonio sevillano tras sufrir la invasión francesa, las desamortizaciones y, finalmente, la revolución de La Gloriosa.  
Tan solo se conserva el claustro, muy modificado, del convento de San Acacio, en lo que es actualmente el Real Círculo de Labradores.
En la esquina de las calles Sierpes y Caravaca se encontraba el convento de San Acacio, en el que residieron durante unos años las imágenes titulares de la Hermandad del Gran Poder, como recuerda esta placa de mármol.
Claustro del convento de San Acacio, actual sede del Real Círculo de Labradores.
(Cortesía de culturadesevilla.blogspot.com).
Desde la reconquista cristiana de la ciudad hasta el siglo XV, esta vía fue conocida como calle de Espaderos, por la multitud de establecimientos dedicados a este menester. A partir de dicho siglo, y por motivo desconocido, comenzó a llamársele calle de la Sierpe primero, calle de las Sierpes más tarde y, finalmente, calle Sierpes. 
Una imagen tomada desde la Plaza de San Francisco.
Otra vista de la calle.
Algunos autores consideran como origen de tal nombre la serpenteante forma que tenía; otros consideran que el apelativo proviene de la Cruz de la Cerrajería (ubicada hoy día en la plaza de Santa Cruz, que estuvo instalada hasta 1.840 en la confluencia de las calles Rioja y Sierpes), debido a los adornos con forma de serpiente que la enriquecían. Otros afirman que se le dio dicho nombre por situarse en ella la residencia de un caballero llamado don Álvaro Gil de las Sierpes.  También hay constancia de una taberna llamada de la Sierpe.
Imágenes de la Cruz de la Cerrajería, situada antiguamente
en la confluencia de las calles Sierpes y Rioja.
Sin embargo, la versión más conocida, supongo que por lo que tiene de romántica, es la que narro a continuación:
Terminaba ya el siglo XV cuando en los alrededores de la calle de Espaderos comenzaron a desaparecer niños de corta edad misteriosamente. No se descubrió rastro alguno, ni los sucesos tenían lugar a hora determinada. Como la cosa continuaba y los pequeños seguían esfumándose, ya fuese de día o de noche,  se le comunicaron los sucesos al Comendador de León, Alfonso de Cárdenas, regente de la ciudad durante aquella época.
Unos días después se recibe un recado de un hombre que no quiso identificarse y que prometió la captura del culpable y la aclaración de las sorprendentes desapariciones, si se cumplía una sola condición que comunicaría tras entregar al culpable. El Comendador aceptó la petición y envía a su escribano con el fin de formalizar la petición.
Entonces se descubre que el anónimo informante es Melchor de Quintana y Argüeso, un Bachiller de Letras por la Universidad de Osuna (en aquella época tercera de España tras Salamanca y Sevilla), preso en la Cárcel Real situada en la calle de la que hablamos, por participar en una rebelión contra el rey inspirada por el duque de Arcos. Allí, en prisión, el preso cuenta al escribano los hechos que le llevaron a dar con el secuestrador.
El de Quintana había excavado un túnel, con el fin de huir de su cauteverio, que le llevó a unas galerías subterráneas que databan de épocas romanas y musulmanas. Dio con ellas por casualidad, pero no dudó en aprovechar lo que había descubierto para escapar de allí.
En su recorrido, se topó con el ladrón de niños a quien, aseguró, dio muerte, y luego regresó a la cárcel. Con esta declaración, tan solo fue necesario guiar al Comendador y su grupo de hombres al lugar donde se encontraba el culpable, ya muerto.
Y efectivamente, encontraron al raptor, con una daga clavada hasta el puño que confirmaba su muerte, así como los restos de huesos humanos a su lado que le señalaban como responsable. El asesino era una enorme serpiente cuyo tamaño era del grosor de un hombre, que luego fue expuesta al público en la calle Espaderos, la cual, a partir de entonces, fue también conocida como “Calle de la Sierpe“. De todos los barrios y pueblos vecinos venían las gentes a verla y, de tanto nombrarla, perduró el actual título de “Calle de la Sierpe”.
El autor del heroico hecho comunicó su petición, que no era otra que obtener la libertad, siéndole concedida inmediatamente. Se afincó en la ciudad y llegó a casarse con la hija del Comendador Cárdenas.

Esta leyenda, muy extendida en su tiempo por casi toda Europa (recordemos el Lagarto de Granada, sin ir más lejos), es, como se recoge en el diario ABC de 10 de julio de 1.983, un fiel reflejo de las luchas contra dragones, serpientes y otros reptiles gigantes, muy características de los siglos XII al XV. En efecto, comprobamos que aparecen las pautas típicas de dichos mitos:
 Existencia de un reptil de grandes proporciones.
 Su guarida se encuentra en el subsuelo.
 El monstruo se alimenta de personas y/o animales.
 El valiente justiciero es siempre un preso, consiguiendo de esa forma su libertad.
 La muerte del animal se consigue con las propias armas del matador.
En la esquina de la calle Sierpes con la plaza de San Francisco, donde hoy se levantan las oficinas centrales de Cajasol, estuvo la Cárcel Real de Sevilla, que conservaría dicho uso entre los siglos XVI y XIX. Allí permaneció preso durante tres meses, en 1.597, Miguel de Cervantes. Y, si hacemos caso del prólogo del Quijote, donde dice que el personaje “se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”, no es absurdo imaginar que Cervantes comenzara a idear su obra maestra precisamente allí. Otros personajes ilustres, “huéspedes” del local,  fueron Bartolomé Morel (fundidor del Giraldillo), Mateo Alemán, Alonso Cano y Martínez Montañés.

En este azulejo se recuerda la situación en la calle de la Cárcel Real.
En el otro extremo de la calle, cerca de la Campana, tuvo su residencia en el siglo XVI Nicolás Monardes. Médico y botánico, fue uno de los primeros europeos en estudiar las plantas que comenzaban a llegar de la América recién descubierta. Monardes siembra algunas de esas plantas en el huerto y azoteas de la casa, siendo el primer lugar del viejo mundo donde se cultivan tomates, tabaco o patatas, entre otros muchas especies.
Azulejo en recuerdo de Nicolás Monardes.
Desde el 31 de agosto de 1.991 la calle Sierpes está hermanada con una calle de Düsseldorf (Alemania), llamada Schadowstraße (calle de las Sombras), hecho recogido en un azulejo instalado en el año 1.992.

3 comentarios:

  1. Esto es de Cum Laude, mi más afectuosa enhorabuenísima, Pepe.

    Completísimo, riguroso y magnifico...

    Un abrazo.

    Mari Carmen

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