Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

jueves, 4 de febrero de 2016

Convento de los Padres Capuchinos o de las Santas Patronas Justa y Rufina, -I.

El convento Capuchinos o de las santas Justa y Rufina está situado en la Ronda Histórica de la ciudad, frente a la Puerta de Córdoba y la iglesia de San Hermenegildo.
Convento de Capuchinos.
Fue fundado, a instancias del arzobispo Diego de Guzmán y Haro, en 1.627 sobre el lugar en que la leyenda sitúa el suplicio y muerte de las santas Justa y Rufina, según narramos en la anterior entrada 
En dicho sitio existía una capilla dedicada a las santas hispalenses, sobre la que se construyeron la iglesia y cenobio, finalizados tres años después.
Vista lateral desde la Ronda.
Como a casi todos los edificios religiosos, el siglo XIX le sentó muy mal al convento de Capuchinos. Durante la invasión francesa fue convertido en hospital. Afortunadamente, los frailes, haciendo gala de previsoras dotes, enviaron fuera de la ciudad las obras de arte que atesoraba el convento. Unos dicen que a Cádiz, otros que a Gibraltar; en cualquier caso, lejos de las manos del insaciable mariscal Soult.
Tras la victoria contra el invasor, regresan los hermanos capuchinos y encuentran el lugar arrasado, debiendo hacer frente a su reconstrucción.
Portada del convento.
El año 1.935 trae consigo las desamortizaciones y la consiguiente exclaustración de los conventos españoles. Tan solo se respeta la iglesia para el culto, impartido por un fraile capuchino exclaustrado. El resto de dependencias se alteran para adecuar su uso a hospital de coléricos. Las obras de arte fueron incautadas y trasladadas al también intervenido convento de la Merced donde, transcurrido el tiempo, formarían parte del actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Tímpano de la portada.
Colofón de los sucesos del XIX fue la revolución de 1.868 (La Gloriosa o La Septembrina), durante la que se estuvo a punto de derribar el convento, tal y como se había hecho con la mayor parte de las murallas de la ciudad. Finalmente, en 1.889 pudieron los hermanos capuchinos regresar y comenzar la reconstrucción, que no finalizaría hasta 1.897.
San Francisco preside la entrada al convento.
Llegamos ante el cenobio, artísticamente adornado con una bonita gasolinera adosada a su flanco. La entrada al patio exterior se realiza a través de una portada con arco de medio punto, enmarcado por alfiz, con pilastras laterales que sostienen un frontón en cuyo tímpano se ha practicado una hornacina que aloja una imagen de San Francisco de Asís, tallada en piedra por Pedro Navia a mediados del siglo pasado. Es copia de un original en terracota moldeado por Antonio Susillo que se conserva en el interior del convento.
Un azulejo colocado en el muro exterior nos recuerda que este convento es la cuna de la advocación de la Divina Pastora.
Este patio interior, de buen tamaño, luce en todo su perímetro un zócalo de azulejos y, en sus muros, un buen número de retablos cerámicos. Se trata de un fenómeno que se repite en prácticamente las estancias interiores.
Fachada de la iglesia, vista desde el arco de entrada al patio exterior.
Lado izquierdo del patio.
El patio, visto desde el lado opuesto.
A la izquierda vemos una cruz de forja, seguramente la que servía para marcar los terrenos del cementerio adosado al convento, según costumbre de la época. En su base están situados cuatro azulejos, con retratos de frailes capuchinos. Desgraciadamente, solo he podido fotografiar tres, ya que el cuarto está tan pegado al muro que no hay espacio suficiente para introducir la cámara.
Cruz de forja.
                 
Beato fray Ángel de Acrio.
Beato fray Bernardo de Corleón.
San Serafín de Montegranario.
La espadaña se encuentra situada en el muro de la Epístola de la iglesia, a la altura del claustro. Dispone de un solo cuerpo y un vano con arco de medio punto, flanqueado por pares de pilastras de orden toscano, sobre las que se apoya un entablamento, descansando sobre la cornisa un frontón curvo moldurado, rematado por pequeños pilares finalizados en pirámides, portando el central una cruz papal de forja. Es difícil de observar pues está colocada de perfil respecto a la puerta de entrada del patio.
Veamos algunos de los azulejos que adornan los muros de este patio.

Azulejo conmemorativo del 300 aniversario de la advocación de la Divina Pastora, instaurada por fray Isidoro de Sevilla en 1.703.
Estación del Vía Crucis del patio exterior.
Otro rincón del patio.

Azulejo de San Francisco.
Al fondo se alza la fachada de la iglesia, mientras que el acceso al convento se realiza por una puerta que hay a la derecha, sobre la que podemos apreciar un azulejo de la Virgen, anónimo de la década de 1.890, protegido bajo un bonito tejaroz.
Puerta de entrada a la portería.
Esta puerta conduce a la portería, adornada igualmente con motivos cerámicos: un tríptico pintado por José Gestoso en 1.897 (San Leandro, La Adoración de los Reyes Magos y San Sebastián), una oración a la Inmaculada, un gran retablo de fray Diego José de Cádiz y una pintura que representa a fray Leopoldo.
Retablo cerámico de la portería, pintado por José Gestoso en 1.897.
Fray Diego José de Cádiz.
Pintura de fray Leopoldo.
Fray Leopoldo de Alpandeire.
Azulejo de la Inmaculada, situado en la portería.
Volvemos al patio y accedemos al templo, pasando bajo tres arcos de medio punto (más grande el central), sobre los que aparece, cómo no, otro retablo cerámico, en este caso representando a la Divina Pastora, ejecutado  en 1.921 por Enrique Orce.
La Divina Pastora de Almas.
En el interior de este pórtico se sitúa el retablo cerámico que copia la pintura de Murillo El abrazo de San Francisco que se exhibe en la Sala V del Museo de Bellas Artes. Es también de Enrique Orce, pintado en 1.928 y encargado como recuerdo del séptimo centenario del tránsito de San Francisco.
El abrazo de San Francisco. Enrique Orce, 1.928.
Una vez dentro de la iglesia podremos comprobar el principal inconveniente de la misma: la oscuridad. Es verdad que los lunetos de la bóveda de cañón de la nave central aportan luz a la misma, pero no llega nada a las naves laterales que, aunque están dotadas de luz eléctrica, no suelen estar en funcionamiento. He probado a ir de día y de noche, pero el resultado es el mismo; tan solo se alumbran (algo) durante la Misa, pero una vez que esta acaba vuelve la oscuridad en apenas treinta segundos. Por tanto, me disculpo por la mala (malísima)  calidad de las fotografías.
Vista general de la iglesia desde los pies.
Todo el templo es sobrio, como es habitual en la Orden. Pintado enteramente de blanco, se rehuye cualquier tipo de adorno innecesario, pinturas murales, yeserías o detalles espectaculares; incluso los retablos con imágenes de santos y beatos capuchinos están sin dorar, con la madera en su color. En fin, algo muy lejano a lo habitual en nuestra Sevilla, mitad mudéjar, mitad barroca.
Nave del Evangelio.
La nave central se cubre, como hemos comentado anteriormente, mediante bóveda de cañón dotada de lunetos, en tanto que las laterales son de pañuelo y el presbiterio con una sencilla bóveda semiesférica, gallonada, que se apoya sobre pechinas, sin ningún tipo de elemento decorativo.

Nave de la Epístola.
Un zócalo de azulejos trianeros adorna todo el perímetro de la iglesia, así como los pilares que sostienen los arcos de medio punto que separan la nave central de las laterales. Son de Manuel Rodríguez Pérez de Tudela, de finales del XIX, fabricados por Mensaque.
Azulejos trianeros de Mensaque.
Pila para el agua bendita, de mármol rojo.
Iniciando el recorrido, en los laterales podemos observar dos pequeñas hornacinas, aveneradas, que cobijan sendas imágenes de santas coronadas. Ambas portan flores en sus manos, así que imagino que se tratará de Santa Isabel de Hungría y Santa Isabel de Portugal. Estas flores ilustran un episodio legendario común a ambas (y a algún otro personaje más). Al parecer, tenían por costumbre llevar comida a los necesitados, a lo que sus respectivos maridos se oponían; en una ocasión fueron sorprendidas por los esposos, pero cuando descubrieron el manto en el que llevaban las provisiones, estas se habían convertido milagrosamente en flores.


Tomamos a nuestra izquierda, hacia los pies de la nave del Evangelio, donde está colocada una talla del Sagrado Corazón, de tamaño natural. Un par de cuadros de buen tamaño lo acompañan, difíciles de identificar; quizá una Adoración de los pastores y una copia de La Estigmatización de San Francisco.
Nave del Evangelio, vista desde los pies.
Pies de la nave del Evangelio.
Sagrado Corazón de Jesús.
Le sigue una hornacina en la que se venera la Divina Pastora, obra de José Fernández Guerrero. El origen de esta advocación de la Virgen María radica en este convento, en el que fray Isidoro de Sevilla tuvo un sueño en el que vio a la Virgen ataviada como pastora, interpretando que la Virgen era Pastora de las Almas. 
Retablo de la Divina Pastora.
La imagen actual fue traída en 1.802 desde Cádiz por fray Miguel de Otura, acompañante habitual de fray Diego José de Cádiz, y sustituyó a otra anterior, de Cristóbal Ramos, datada en 1.795. Como anécdota de la gran popularidad que la devoción alcanzó en corto espacio de tiempo, comentar que la empresa directora de las corridas de toros llegó a suscribir un convenio con el rector del convento, en el que se comprometían unos y otros a que no coincidieran las procesiones con los festejos taurinos. Existe un curioso documento de 1.857 en el que se lee que “la empresa taurina entrega un donativo de 640 reales de vellón para que se efectúe la procesión en determinado día, y caso de lluvia salga en otro, ambos elegidos de acuerdo con ella, en que tampoco se celebre corrida..."
Aquí podemos ver dos composiciones diferentes del conjunto de la Divina Pastora, acompañada por el Niño en su advocación de Buen Pastor y el arcángel San Miguel combatiendo al lobo que intenta devorar a las ovejas.
En el banco del altar, dentro de una vitrina, se vislumbra una talla de busto de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña.
San Joaquín y Santa Ana con la Virgen Niña. Cortesía del IAPH.
Continuamos y, tras pasar ante una talla de tamaño académico de la Inmaculada Concepción, del taller de Duque Cornejo, situada sobre un pedestal, llegamos ante el retablo de San Francisco. La talla del santo de Asís es obra del siglo XX del escultor y cera Pedro Navia Campos. El retablo es moderno y de las cuatro pinturas que flanquean al santo solo he podido identificar a San Buenaventura y San Luis de Francia (Luis IX, rey francés, primo de Fernando III).
Inmaculada. Duque Cornejo.
Retablo de San Francisco de Asís.
San Luis IX, rey de Francia.

San Buenaventura.
Ya junto a la cabecera del Evangelio encontramos una hornacina con la imagen de la Virgen de los Dolores, imagen de candelero atribuida con bastante fundamento a Juan de Astorga, de principios del siglo XIX. Fue donada a la comunidad por doña Francisca Lorenza de Segovia, a fin de que recibiera culto público. 
Virgen de los Dolores, atribuida a Juan de Astorga, siglo XIX.
Comentar finalmente que la capilla que ocupa la cabecera estaba cerrada y parece que usada de almacén.


No hay dificultad para las personas con movilidad reducida.

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